Donde el desierto Namib se encuentra con las dunas más altas del mundo, empieza el Kalahari, un territorio semiárido y arenoso míe comparten Namibia, Botsuanay Suráfrica. Esta tierra, en la que dilícilmente podría vivir nadie más por su extrema dureza, es la que los bosquimanos habitan desde hace más de 21.000 años. Durante gran parte de ese tiempo, los san o basarla términos con los que también se les designa se han dedicado a vivir en paz con la naturaleza.
Ellas, recogiendo los frutos, las plantas y las raíces del suelo; ellos, cazando antílopes con arcos y flechas. Pero llegó un día en el que esta humilde vida nómada, de cazadores-recolectores, empezó a molestar a los pueblos ganaderos y agrícolas de la zona, como los bantü, que se esforzaron en expulsarlos. Luego llegó el hombre blanco y a partir de ahí, empezó una larga lista de persecuciones que redujo su población de varios millones a sólo 100.000
Es la triste historia de un pueblo que sin embargo podría haber tenido un final feliz. Eue hace poco más de un año, cuando, con el apoyo de la organización Survival Internarional, los bosquimanos consiguieron una sentencia del Tribunal Supremo que obligaba al Inermí de Botsuana a permitírles el regreso a sus tierras después de controvertidas expulsiones. Desgraciadamente, este ha optado por rechazar la oportunidad que le brindó el juicio y los mantiene todavía alejados de unos terrenos que han resultado ser yacimientos de diamantes y, por lo tanto, codiciados por las grandes multinacionales.
Nada está dicho todavía y son muchos los que confían en un pronto regreso, como parece decimos esta niña hosquimana mientras se refugia en un gran baobab, el árbol que en Úrica simboliza la resistencia, la tolerancia, la vida comunitaria y la longevidad. Todos ellos atributos de este puelilo ancestral.
