Tikal en Guatemala


Desde la pequeña y aburrida ciudad de Flores, en Guatemala, en apenas una hora de furgoneta, Carlos nos lleva hasta el Parque Nacional de Tikal, donde se haIlan los restos arqueológicos mayas mas importantes de Centroamérica. Tikal es un «mar» verde en el corazón de la selva del Peten, de unos 575 kilómetros cuadrados, y es allí donde por fin entendemos el enorme poder de la naturaleza. Los árboles y las plantas se han apoderado de las ruinas sagradas de los mayas y, aunque el tem¬plo del Gran Jaguar (tumba del líder Ah Cacau) y el II, hoy perfectamente reconstruidos, aparecen ante la vista del viajero tal y como posiblemente los veneraron los mayas del siglo VIII dC, son los demás templos, prácticamente devorados por la selva, los que llenan de emoción al viajero con ansias de descubrir uno de los últimos pulmones verdes del planeta.

Para coronar la cima de muchos de los edificios sagrados de Tikal, trepamos como primates por raíces y ramas, por artesanales escaleras de madera o por las piedras desprendidas. La selva, después de mas un milenio de civilización humana, se lo trago todo. La vegetación, con su maraña de lianas y matapalos y animales de todos los tamaños se han adueñado durante siglos de las construcciones que, con no poca vanidad, pretendieron hacer perdurable la poderosa y avanzada sociedad maya en la que fuera su ciudad mas importante, desde el 800 a.C. hasta el 900 d.C.

Aunque es indiscutible la belleza de las mas de 3.000 construcciones -entre palacios, templos, juegos de pelota, baños, estelas – que construyeron los «hombres del maíz», lo cierto es que hoy ese rincón aun casi perdido de Guatemala no solo es Patrimonio Cultural de la Humanidad, sino también Patrimonio Ecológico. Y ahí radica verdaderamente la magia de su belleza, en que es refugio de animales como el huidizo jaguar, el ti-grillo (ocelote), el mono aullador, el zopilote, el venado… donde crecen descomunales ceibas, codiciadas caobas, cedros, ramones… y 410 especies de aves: loros y colibríes de Tikal, halcones pechirrufo, patos aguja o garzas tigre.

Para tener una dimensión real de la grandeza del conjunto arqueológico de Tikal, hay que subir a la cima del templo v. Desde allí, puede observarse la magnitud de la selva de El Peten y de las construcciones mayas que esconde. En la foto, las crestas de los templos I, II y III emergen majestuosamente de la selva.

Desde la cima del templo IV, el mas alto, con 68 metros, puede verse emerger la cestería final de los otros templos, enmarcada siempre por el verde intenso de la selva sin expoliar, y eso deja los sentidos en suspenso, e incluso atemoriza. Porque la selva no es silenciosa: es un hervidero de ruidos, rugidos, silbidos y cantos de pájaros que nos recuerdan que, aunque a veces no la veamos, la vida pequeña y primitiva esta ahí, en ebullición, a nuestros pies, y también el peligro de infinidad de reptiles venenosos, como la serpiente de coral, la barba amarilla o la víbora mano de piedra.

Estos remotos restos arqueológicos, abandona-dos por sus antiguos habitantes, perdidos entre el follaje y el calor de la jungla, nos recuerdan la fragilidad del hombre y también que la Tierra es capaz de salir adelante sin nosotros, como explica Alan Weisman en su libro El mundo sin nosotros. Si desapareciera el Homo sapiens actual de la faz de la Tierra, la vida no tarda rf a en brotar entre el asfalto, los ladrillos y el cemento.

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